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LA FLORA EN LOS PATIOS DE CORDOBA

 

El Patio de Córdoba es popular y más moderno. Sea un patio burgués o popular y olvidándonos de la arquitectura, una de sus señas de identidad en la presencia de la flores en los patios de Córdoba es el  frescor y heterocromía. Son las plantas las que permiten en Córdoba realizar su tipología, debiendo aclarar que nuestras razones son más que nada de tipo práctico.

Su flora es, y no lo entiendan como menosprecio, pobre en elementos autóctonos, no podría ser de otra manera, las plantas autóctonas están a pocos kilómetros de la ciudad. Veámoslo con números. Existen en el mundo descritas unas 400.000 especies de plantas con flores, de las que solo se cultivan en Córdoba, incluyendo parques y jardines, unas 600 que pertenecen a unas 130 familias botánicas. Menos de la mitad se cultivan en nuestros patios. Es necesario señalar contundentemente que un patio no es un jardín botánico en miniatura, ni por su contenido, ni por su filosofía, pero sí una expresión de su flora ornamental. Solo unas pocas de las especies que se cultivan en ellos son propias de nuestros campos, una herencia romana o árabe, en las que el patio es una extensión de la huerta que nutre a los habitantes de la casa, ejemplo de ellas son el brusco (ruscusaculeatus), el acanto (acanthusmollis), o el boj (buxussempervirens).

Los árabes enriquecieron la flora de los patios con bastantes especies provenientes de países exóticos, más de 20, alcea rosea, citrus aurinathium, c. lemon; nymphea alba, viola odorata, entre otras. Que nadie piense que fueron estos los que introdujeron las gitanillas en nuestros patios, nada más lejos de la realidad, el mal llamado geranio pertenece a un cluster de especies, variedades y formas hortícolas que se incluyen dentro del género pelargonium (del griego pelargo, «pico de cigüeña», por sus frutos), originarias de la región de El Cabo, en Sudáfrica, y que según parece fueron introducidas en el jardín botánico de Leiden a comienzos del siglo XVII y traídas hasta Holanda a bordo de barcos que procedían del Cabo de Buena Esperanza. En 1631, el botánico Tradescant compró semillas de estas plantas a Morin en París y la introdujo en Inglaterra. Desde entonces, su cultivo se va extendiendo por toda Europa, no apareciendo en España hasta bien entrado el siglo XIX. Llama la atención el que, probablemente debido al auge de la literatura romántica, esta planta llegó, y aún lo es, a convertirse en el símbolo de los patios andaluces, una planta que comienza su expansión al mismo tiempo que el fenómeno patio popular comienza a establecerse, sin embargo, como se ha citado ya, primero fueron los patios y luego las gitanillas. Valga como ejemplo la utilización anacrónica de un elemento alóctono en la cultura ornamental andaluza como propio de ella, por afamados autores, que cometen el error de considerar a esta planta como algo inherente a la historia de Córdoba. Este es al caso de un escritor de novelas de éxito reciente, sacerdote por más señas y extremeño de nacimiento, que en una de sus obras cuya acción se desarrolla en la Córdoba del siglo X cuenta en uno de sus pasajes que «Tandil, el criado de la casa, regaba con una regadera atada a una caña las macetas de campanillas que se encontraban en la parte alta de la pared, en tanto que los geranios se encontraban en la parte baja de las columnas, pues exigían más cuido porque producían más hojas y flores secas»(sic).

Nuestros patios son de esta manera como son, no nos inventemos historias. Aun así, nos atrevemos a clasificarlos por sus plantas, pero más por su colorido que por sus componentes, por eso a nuestros alumnos les decimos que en Córdoba hay tres tipos y medio de patios, de verdes, de flores, mixtos y… patios sin patio.

Los primeros son aquellos en los que abundan las plantas aparentemente sin flor, de color dominante en verde, las plantas son ricas en anchas hojas, cladodios y con mucho follaje, los géneros dominantes son dieffenbachia, colocasia, sanseveria, monstera, kentia y la siempre presente aspidistra lurida (pilistra), originaria de China, Himalaya y Japón, que, aunque no lo parezca, produce flores de color grisáceo en forma de escudo, de ahí el nombre del género, del griego aspidium, un pequeño escudo, y muy escondidas entre sus cladodios en la base de la planta que solo aparecen en las plantas cultivadas de tiempo en tiempo. La pilistra es resistente, de larga vida vegetal, que se utilizaba popularmente como planta de interiores en Inglaterra victoriana, debido en gran parte a que no solo podía tolerar la luz solar débil, sino también porque toleraba la mala calidad del aire interior producido por el uso de lámparas de aceite y, más tarde, de gas de carbón. Cayó en desgracia en el siglo XX, no por casualidad, sino por el advenimiento de la iluminación eléctrica. Un exponente también de este tipo de patio es clivia minata, que en primavera con sus racimos de flores anaranjadas confiere un toque de color a tanto verde.

El patio de flores es la explosión efímera de color deslumbrante. Dominan las gitanillas sudafricanas (decenas de variedades y formas de color y hojas), acompañadas de las buganvillas americanas y los dianthus (claveles), de origen incierto, entre muchas otras.

El patio mixto es la suma de los dos, patio de primavera y resto del año, en el que a las especies anteriores se suman jazminun (jazmín), diamela, cestrum (dama de noche), citrus (naranjos), etc.

Ultimamente todos los tipos de patios se están llenando, por razones de su fácil cultivo, nada que criticar, de plantas crasas (cactiformes) y que suelen florecer a final de primavera. Brasiliopuntia, chamacereus, lampranthus y zygocatustruncatus (el cactus de Pascua), son sus máximos exponentes.

El patio fuera del patio es un artefacto jardinero, en el que la falta de espacio interior lleva a las plantas a la calle, ficus, aspidistra, aloe, asparagus, hedera, chlorophytum (cintas), kalanchoe, etc, dominan este tipo.

Una anécdota, el patio con menos especies botánicas de Córdoba es el patio de patios, el de los Naranjos, solo cuatro: palmera, olivo, ciprés y naranjo.

 

D. Eugenio Domínguez Vilches

Catedrático de Botánica de la Universidad de Córdoba