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Extracto Información diarios de la época de los Patios de Córdoba en 1963
De año en año, adquieren mayor preponderancia los concursos de patios adornados que convoca por esta época la Corporación municipal y que sirven de enlace entre las fiestas típicas de las Cruces y los Festivales Musicales, prólogo, éstos, da la renombrada Feria de Nuestra Señora de la Salud, que comienza el 25 del actual. Así, pues, durante todo el mes de mayo, los cordobeses tenemos motivos más que suficientes para divertirnos, sin que en ello pueda influir la situación económica de cada uno de nosotros, ya que incluso sin gastar un céntimo se puede ser espectador de magníficos espectáculos coloristas.
Más hoy, hemos de fijar principalmente nuestra atención en los maravillosos patios de Córdoba que se inscriben en estos populares concursos y cuyo prestigio ha rebasado ya los límites de nuestro territorio geográfico para extenderse por diversos países europeos y americanos, siendo ellos, por tanto, una de las mejores propagandas de la vieja capital del Califato, ennoblecida por los recuerdos del pasado, entre los que figura en primer lugar la sin par Mezquita, y por los avances de todo orden con que se ha incorporado al progreso de la vida nacional.
Los patios cordobeses tienen un encanto subyugador y cuantos los visitan quedan sugestionados por estos magníficos escenarios, plenos de luz y de gracia y que revisten extraordinaria originalidad. Porque lo más interesante de todo, en este aspecto, es que no se trata de patios señoriales, sino de los denominados huertos, en el léxico local, habitados por vecinos de modesta posición social y que por su estructura arqueológica producen una agradabilísima impresión. Añadamos & esta materia prima la ornamentación de algunos árboles, casi en su totalidad naranjos, un pozo con artístico brocal, o alguna fuente de aspecto rústico que deja oír ininterrumpidamente la monótona canción del agua al caer sobre la vieja aza de piedra, que incluso pudo ser en otras edades algún sarcófago romano o visigótico. Y sobre todo ello, centenares de macetas convenientemente distribuidas por el recinto, rebosantes de flores, y las enredaderas trepando por las blancas paredes recién enjalbegadas, para lograr un conjunto estético de imponderable belleza.
Seguramente estos patios, que algún escritor cordobés definió como trozos de campo incrustados en la urbe para afirmar tu abolengo agrícola, pertenecieron en centurias anteriores a casonas solariegas o a jardines de nobles mansiones, que la mudable fortuna redujo a la condición en que se hallan, si bien los vestigios del pasado no han podido ser totalmente abatidos por el tiempo.
Los concursos a que venimos refiriéndonos tienen gran arraigo en Córdoba, y durante su celebración millares de personas se dedican a visitar los patios premiados, recorriendo los barrios de la ciudad en nutridas caravanas, en las que la presencia del elemento joven femenino constituye siempre una nota muy acusada de optimismo y de alegría. Los turistas, cuya afluencia es muy densa en estos días primaverales, tienen en nuestros patios un poderoso atractivo para elevar al máximum su admiración por nuestra tierra.
El Ayuntamiento vela por la conservación de los antiguos patios, aunque a veces no puede evitar que algunos desaparezcan, para convertir el solar, lastimosamente, en una de esas «casas funcionales» a nadie llaman la atención por su vulgaridad y detestable traza.
Además de los patios de las características que dejamos descritas, existen otros muchos, pertenecientes a casas particulares y que muestran, a través de las románticas cancelas de hierro forjado, encantadores panoramas. No titubee el que quiera visitarlos en penetrar en la casa pues sus propietarios, en un alarde de cordobesismo que les honra, dejan paso a todo el que lo pretenda, para que lo contemple a su antojo. El más frecuentado de todos ellos es el del palacio del conde de Torres Cabrera, morada hoy de los señores de Cruz Conde y que se ve a diario invadido, sin restricción alguna, por grupos de turistas.
Los patios de Córdoba son como el signo de espiritualidad de un pueblo que hasta de las cosas más sencillas suele hacer un venero de emociones.